jueves, 8 de septiembre de 2011

¿Que harás con tu semilla?

Me atrevo a decir que todos conocemos o al menos tenemos una vaga idea de la historia de la alimentación de los cinco mil hombres.

“...Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececitos; mas ¿Qué es esto para tantos?...” 
Juan 6:9 

Tras la predica de Jesús, los apóstoles sugirieron que despidiera a la multitud a manera de que descansaran y comieran. Él les refutó y estos se quedaron consternados puesto ¿Qué iban a comer? Algunos estudiadores de la Biblia afirman que en ese momento pudieron haber sido entre quince mil y veinte mil personas. Sin embargo en ese instante los apóstoles no contaban mas que con doscientos denarios. ¿De qué iban a servir para tanta gente? 

Rendir tus dones al Señor es todo lo que se necesita para hacer un milagro. ¿Acaso Jesús no hubiera podido multiplicar los denarios para ir a comprar comida a los cinco mil? ¿Acaso es posible que en una multitud de quince mil personas solo haya habido una con comida? No es lo que tengamos, sino lo que estamos dispuestos a poner al servicio de nuestro Dios. 

Los seres humanos tendemos a ser tan egoístas que pensar en compartir de nuestra comida a los demás resulta inconcebible. Puedo imaginar que había mucha mas comida que cinco panes y dos pescados, pero la gente la guardaba para sí misma. Después de todo, ellos debían comer. El pequeño muchacho, fuera de su corazón, ofreció todo aquello que tenía a Jesús con la fe de que Él haría algo maravilloso con ello. Estoy seguro de que cuando lleguemos al cielo conoceremos al pequeño muchacho cuya fe fue suficiente para alimentar a una multitud. 

Lean por favor 2 Corintios 9, versículos 10 al 15. 

“…Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia…” 
2 Corintios 9:10 

A Dios no le importa si ponemos un peso o un millón de pesos. Lo que Él quiere es que tengamos un corazón dispuesto a rendirse a sus pies. Él quiere que entreguemos todo lo que somos para que sea utilizado en el engrandecimiento de su obra. Es el corazón y la actitud lo que importa, no la cantidad. 

Dios provee la semilla al sembrador. No tengamos miedo de lo que vamos a decir a las personas. Ese es el trabajo del Espíritu Santo. Lo único que debemos hacer es entregar nuestra vida a Él y Él pondrá las palabras en nuestras bocas para sembrar la semilla en los demás. 

Dios multiplicará la semilla que sembremos. Dependiendo de la tierra en la que sembremos será la cosecha que obtendremos. No importa si la persona se convierte en el momento o no. No es nuestra labor hacerla crecer, pues el Espíritu Santo se encargará de ello. Dios tiene sus tiempos y sabe cual es el momento indicado para hacer crecer los frutos. 

Dios aumentará los frutos de nuestra justicia. Es imposible pensar en la semilla sin pensar en el fruto. A su tiempo ésta crecerá y podremos ver aquello que sembramos. Porque de lo que sembremos, eso también cosecharemos. 

Este servicio al cual fuimos llamados tendrá muchos resultados. Primordialmente, les puedo asegurar que Dios suplirá nuestras necesidades. A continuación, nosotros daremos gracias a Dios y testimonio a nuestros hermanos. Al final, Dios será glorificado, y la Iglesia edificada. 

Cristo es la semilla. Al igual que la semilla necesita morir para desarrollarse y dar mucho fruto, Él vino a este mundo a morir para que nosotros podamos vivir. No guardemos la dicha de compartir la palabra de Dios. Si intentamos preservarla morirá, mas si la esparcimos, ésta dará fruto y será de gran edificación. 

Antes de despedirme les quiero hacer una pregunta; 

¿Qué vamos a hacer con nuestra semilla el día de hoy? 

Muchas gracias y que tengan un maravilloso y fructífero día.



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